“Este niño se cree que va a ser olímpico». Entrevista a Fernando León Boissier por Fermín Rodríguez (Parte I)

Esto comentaba socarronamente el cabeza de familia cuando veía el afán con el que su cachorro trataba de preparar al máximo su obsoleto Optimist de madera.

Afortunadamente, estaba muy equivocado. Fernando León no fue sólo olímpico: en Atlanta ́96, se colgó al cuello el bien más preciado para un deportista… La medalla de oro de unas Olimpiadas.

Una de las leyendas vivas de la vela europea, Fernando León, nos atiende en una de las zonas comunes de Las Suites de Puerto Sherry. Hemos aprovechado un receso al finalizar una de las jornadas del Campeonato de España de Snipe, celebrado en la Bahía gaditana.

El canario Fernando León resumió en esta entrevista toda su vida a bordo

De charlar pausado, y con ese delicioso acento canario que nunca perdió, no rehuyó a hablar de todos los aspectos de la vela en España. Y, al tiempo, nos hizo un impagable resumen de una intensísima vida disfrutada -y nunca mejor dicho- en el mar.

Más que leer, escuchad estas intensas líneas, cargadas de sabiduría y de amor por la vela. Y digo escuchad porque he tratado de transcribir lo más fielmente posible cuanto nos dejó en la grabadora. Así es que, ahí va.

Redactor: ¿Cómo fueron los inicios de Fernando León en el Mundo de la Vela?; ¿Qué lleva a un posible gran futbolista a decantarse por seguir en la vela?

Fernando León: Para situaros un poco, os diré que provengo de una familia en la que somos seis hermanos. Mis padres eran muy deportistas -mi madre aún lo es con más de 90 años-. Pero su deporte era el golf, nada que ver. La gran suerte para mí es que nos apuntaban a todo: tenis, yudo, natación, golf, fútbol… A lo que fuera.

Y resulta que al sur de Gran Canaria está la Escuela de Vela Puerto Rico. Allí organizaban cursos de iniciación a nuestro amado deporte en verano a precios muy asequibles. Y mis padres me apuntaron en 1974. Yo era un tierno infante de sólo 7 años.

Allí se produjo una situación curiosa, porque fue subirme al barco y sentirme como pez en el agua. Me sentía muy a gusto en un barco y tenía una sensación rara. Había algo que me decía que ése era mi mundo. Pero al acabar el curso mis padres dijeron: “Ha estado bueno y hora que siga jugando al fútbol, al tenis y demás.” Yo era el cuarto en orden de aparición -que dirían en el cine o el teatro-, y tenía que acoplarme al ritmo marcado.

Lo que pasa es que me di cuenta de que la vela me gustaba mucho por lo siguiente: A los niños que ya habían terminado el curso, sus padres les compraban un Optimist. En el Real Club Náutico Gran Canaria -del que eran socios mis padres- había un pequeño muellecito para esos niños.

Mis padres, no muy convencidos de que me gustara tanto, eran reacios a comprarme mi primer barco. Así es que lo que yo hacía era irme a la punta del muellecito y cuando mis amigos regresaban de regatear les pedía si me dejaban dar una vuelta.

Fernando León conoció a los hermanos Doreste en el Real Club Náutico de Gran Canaria, donde también se juntaría con los regatistas Toni Navarro y Octavio Jiménez

Y, claro, eso es como pedirle a alguien la moto o el coche: “Dejarte mi Optimist. No lo tengo claro”. Aún así, había algún alma caritativa que accedía. Viéndome, Pedro-Perico, un gran amigo de mi padre, le dijo: “¡Coño! ¿Por qué no le compras un Optimist con las ganas que se le ven?”

Y mi padre tragó el tema a medias, accediendo a comprarme un Optimist de madera, cuando ya todo el mundo los tenía de fibra y con palos de aluminio. Pero daba igual. Lo más importante es que ya podía hacer lo mío, lo que me gustaba.

Así, comencé a salir a regatear. Navegaba con un barco peor, pero me daba igual. El mar, el sol, y navegar me daban una sensación de libertad enorme. Y cuidaba mi barco como si fuera la joya más preciada. Mimaba al detalle las velas y afinaba el barco en todo lo posible. Aquello era la maravilla de la vida. Y, bueno, mis padres fueron convenciéndose y me dejaban hacer. Así es que, antes de irse al golf, me dejaban en el Club Náutico. Allí me pasaba todo el día.

Entonces conocí a los hermanos Doreste, que ya regateaban y eran del club, ósea, de la partida. Luis era mi ídolo ¡Qué sensación tenerle al lado, apoyándome y enseñándome! El caso es que, cada día, regateábamos a fondo y, al acabar, seguíamos juntos echando un partidito de fútbol. Y para que comprendáis la gente que había allí, solo deciros que, junto a los hermanos Doreste, también eran de la partida Toni Navarro y Octavio Jiménez. Grandes competidores y campeones del mundo. Pero éramos una gran familia, en la que nos íbamos apoyando, arropando y enseñando los más experimentados a los más bisoños.

Fotografía de Fermín Rodríguez

A los 15 años tuve una crisis, porque me dijeron que el fútbol o la vela. Era el fútbol el que obligaba a elegir, no la vela. Pero lo valoré y elegí mis amigos y ese mágico mundo que me había hechizado. Mi etapa en Optimist no fue realmente brillante. Mi rival, y sobre todo amigo, Pedro Izquierdo era la estrella relevante. Él ganó dos Campeonatos de España de la clase.

Momentos amargos

Contaba yo trece años cuando se murió mi padre. En esos tiempos, y más en las familias numerosas, el marido salía a la calle a buscar cubrir las necesidades, mientras que la mujer se ocupaba de la casa y los niños. Así es que no puedo decir que nos quedáramos en precario, pero estaba claro que no había un duro para caprichos.

Y seguimos haciendo camino. De este modo, saltamos a 420, una clase en la que fuimos pioneros en las Islas, pues allá no existía. Este cambio de categoría fue como abrir el melón para mí. Los 420 son barcos rápidos, mientras que los Optimist son lentos. Y ése era mi tipo de barco. Enseguida, empecé a ganar regatas, dejando tras de mí a chicos que me habían estado ganando hasta entonces -Pedro incluido-. Y, pese a ese cambio en las tornas, seguimos siendo muy buenos amigos ¡La vela es así!

Con trece años, el padre de Fernando León falleció. Siendo el cuarto de seis hermanos, se convirtió solo dos años más tarde en el campeón de España de 420

De pronto, se produjo un vertiginoso salto hacia adelante. Gané mi primer Campeonato de España de 420 con quince años, lo que supuso la clasificación para el Campeonato de Europa. Fui subcampeón de Europa y eso me llevó al Mundial. Y con sólo 15 años fui subcampeón mundial, aunque debía haber ganado. Y me explico: gané 6 de ocho regatas y quedé segundo en otra. Y en la manga final, me descalificaron tras ganarla.

El norteamericano, que tenía más tablas que yo, sabía que, si me reclamaba y ganaba la reclamación, a mí me descalificarían y, en esos tiempos, no te podías descontar un “descalificado”, por lo que tuve que descontar el segundo. Mi rival dijo que yo había remado durante la competencia. Yo iba y acabé primero, así es que le pregunté que cómo yendo octavo me veía…

Pero yo apenas hablaba aún inglés y mis conocimientos del reglamento eran, también, limitados. El resultado fue que mi primera visita a la Sala de Protestas fue una pésima experiencia. Él ganó y yo me fui bastante enfadado. Lo que pasa es que el cabreo no duró demasiado, pues al año siguiente le gané y me convertí en Campeón del Mundo con sólo 16 años.

Fue entonces cuando Miguel Company, que era presidente de la Federación Española de Vela y que tenía unas becas para los chavales que iban especialmente bien, me concedió una para ir a la Blume en Barcelona al terminar el COU.

Lee la parte 2 aquí

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